Este texto de César Aira, a quién reconocemos más como novelista, nos sorprende en su faceta de dramaturgo. A pesar de que no sabemos si fue concebido efectivamente para su representación, el único hablante de este relato, sostenido a la vez por su único y poderoso objetivo, se nos impone como un personaje de una enorme teatralidad.
Imposible no vincularlo con el teatro de Beckett y en particular con la metáfora beckettiana por excelencia: "el hombre espera". Pero a diferencia de Vladimir y Estragón, el hombre de Aira espera con una gran energía y una gran actividad mental, el hombre de Aira espera sí, pero espera pataleando y por momentos definitivamente desespera. No está dispuesto a esperar resignado, aceptando mansamente aquello de que "hoy no se fía, mañana si".
Pero, ¿a quién interpela el único personaje de este texto? ¿A uno como él? ¿A un superior? ¿Al Estado? ¿A la historia? o ¿a Dios? "esa insignificante idea arrumbada durante siglos en el fondo de la conciencia". Y ¿qué es lo que exige? Tal vez lo que exige no es más que un sentido. considera quizás que se le debe un sentido.
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