Miércoles, 14 de Enero de 2015
Domingo, 08 de Julio de 2001

Entre luces y sombras, cuerpos torturados

Por Eleonora Menutti | Espectáculo Cautiverio
La sala está en penumbras. Un humo blanco entorpece la visión. Parecería que estuviéramos ingresando al inframundo, ese lugar subterráneo donde las almas quedan estancadas, perdidas en la deriva de la nada, encerradas en el suspenso del vacío. Un tormento eterno. Cautiverio es la última creación del Grupo Teatro Libre, dirigido por Omar Pacheco, que cierra, como lo expresa el programa de mano, la "Trilogía del Horror” que se inicio con Memoria y Cinco Puertas, trilogía en la que el Grupo... reflexiona profunda y descarnadamente sobre las consecuencias del genocidio. En palabras del director (ver reportajes) “El aspecto metodológico y técnico es lo que singulariza e identifica la estética de una producción...” Es así como su teatro, diferente del convencional, es un teatro de imágenes, a través de las cuales se busca crear metáforas visuales aglutinadoras de significados. No se utiliza texto, aunque en esta última propuesta se lo incorpora. Se investiga sobre un cuerpo y una gestualidad fuera de lo cotidiano. Se utilizan recursos como la repetición de situaciones, repetición de signos, alteración del ritmo y desnudez de los cuerpos. Partiendo de esta metodología surge Cautiverio. Esta propuesta, que desde la forma quiere ser innovadora y mantenerse en los márgenes de la producción artística, se precipita, desde el contenido, a pesar de querer evitarlo, en las profundidades del sistema dominante (1) . Sistema en el cual las cosas son de una sola forma, sin contradicciones, donde los buenos son buenos y los malos son malos. No hay términos medios. La acción (2), si puede hablarse de acción, se retrotrae a una edad media sojuzgada por la inquisición. El poder, ejercido por monjes, atraviesa los cuerpos de la víctimas. Monjes que a lo largo de todo el espectáculo se nos presentan como malvados, violadores y sádicos torturadores de mentes y cuerpos ajenos. Arrancan hijos de los brazos de sus madres, destruyen familias y encierran gente en jaulas para después matarlas y arrojarlas al fuego convertidos en muñecos. ¿Por que elegir la inquisición como “figura” representativa del mal cuando es una imagen recurrente y tan conocida por todos? Tal vez para que no queden dudas, o para que una mirada extranjera que no conoce la negra historia de nuestro país (gobiernos militares, persecución política) pueda comprender. ¿Hay que anclar la figura del mal en algo o alguien tan específicamente? No lo sé, pero en este caso resulta ser una visión totalizadora de “lo real” que no permite al espectador reflexionar sobre lo que percibe. El tiempo de la “acción” está tratado como tiempo del mito (3) , un tiempo arcaico y remoto, que hace que los comportamientos y los hechos se vuelvan incuestionables, menos aun, criticables. Es por eso que los monjes, en contraposición con Vradian, el protagonista –un padre que se ve desposeído de su familia por los monjes tiranos y al que se le ve el rostro–, son personajes totalmente despersonalizados. Son figuras, simples siluetas delineadas unilateralmente. Este distanciamiento temporal lo que provoca es un efecto tranquilizador en el espectador, porque lo que observa pertenece a otro tiempo, y lo que pertenece al tiempo del mito no puede volver a suceder hoy. Detrás de una forma fragmentada, descentrada, se esconde un contenido clausurado y lineal que vacía semánticamente el discurso. Y es en este sentido que el espectáculo corre el riesgo de caer en el mecanismo denunciado aunque sustentando una ideología opuesta. El tema parece estar tan masticado y digerido por parte de los que producen el espectáculo que no se dejan espacios de indeterminación que puedan ser llenados por el espectador. En su estructura de repetición, el espectáculo, no produce un increscendo dramático que justifique y sostenga las variaciones de esa repetición produciendo nuevos sentidos. El final se vuelve previsible desde que comienza la obra. Hay situaciones expresivamente interesantes, como la de la pareja sobre la mesa. Pero estas situaciones pierden fuerza cuando se incorpora el texto; un texto que parece querer poner en palabras lo que los cuerpos ya están expresando. Se destaca la actuación de Luciana Méndez en el papel que compone, una especie de demonio asechante o como declara el programa de manos la Obsesión de Vradian. Las luces se destacan, creando un clima que sugiere mas que mostrar. Por momentos los rayos lumínicos atraviesan espacios rectangulares para escaparse hacia los rostros de los personajes iluminando fragmentos. En otros, sugiere espacios profundos, el averno (4) tal vez, desde donde emergen los monjes. No podemos dejar de nombrar el efecto “divino” que se produce cuando la luz baña a los espectadores y la silueta de un cuerpo se asoma y se aproxima hacia nosotros. Un final luminoso para una obra que cierra una trilogía oscura. Notas: 1. Donde la clase que ostenta el poder pretende hacer pasar como natural o universal una ideología que esconde intereses particulares. 2. Si seguimos una de las definiciones del diccionario de Pavis (1998:20) que dice que la acción es a la vez, concretamente, el conjunto de los procesos de transformaciones visibles en el escenario y, al nivel de los personajes, aquello que caracteriza sus transformaciones psicológicas o morales. 3. El relato mítico tiene como objetivo traducir en términos de lenguaje, lo acaecido en un pasado inmemorial; el cual se constituye en precedente ejemplar para todas las acciones y situaciones venideras que repitan aquel acontecimiento. Mircea Eliade (1974) Tratado de Historia de las Religiones Tomo II, Madrid, p 217. 4. Infierno griego
Publicado en: Críticas

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