Lunes, 05 de Enero de 2015
Martes, 14 de Agosto de 2007

Juegos a la hora del té

Existen muchas clases de juegos. Algunos permiten ser observados y disfrutados desde afuera y otros no. Con Nos tenemos a nosotras mismas estamos frente al primer caso. Porque esta puesta de Verónica Schneck junto con Camila Carbone, Emilia Ravetta, Florencia Morgenfeld, Indiana Oliver, Lara Wasserman, Sofía Lewkowicz, Julieta Castagneris, es un juego con todas las de la ley. Un juego de adolescentes, con sus reglas, con su capacidad de modificarlas, con sus gestos, con sus actitudes, con sus inventos. Un juego presentado por un adulto que recorta y presenta, que organiza, que pauta y que, necesariamente, se divierte con ellas.
¿Es necesario decir que el instante previo a la expectación era de serias dudas? No sé. Sí es preciso aclarar que la sorpresa fue grande, las chicas terminan conquistando a los espectadores (incluso a los prejuiciosos) a fuerza de un trabajo que se percibe cuidado y serio, pero sin perder esa, ¿cómo llamarla?, frescura que tienen los chicos.  
Los chicos y los teatristas, en fin, juegan todo el tiempo. La cuestión central estriba en ver si lo que hacen puede ser compartido por el espectador, aunque éste no intervenga de manera directa. Por supuesto que esto es una exageración. Este precioso grupo de chicas haría la mitad de las cosas que hace, aún si no fuera para alguien, porque uno de los mayores logros de la propuesta es no haber tendido al camino del realismo, sino, por el contrario, haber generado que el artificio sea el que esté puesto en primer plano. Y hasta tal punto es así, que una de las integrantes maneja los efectos y la música en escena.
En relación a lo temático, nada está ausente: las luchas por los lugares de poder, por el centro, por la palabra; el establecimiento de los roles: la que manda, la que se rebela, la que concilia; las peleas por las cosas nimias como si fueran centrales, la reconciliación sin solución de continuidad.
Fundamentalmente, está subrayada la actuación. El juego central consiste en probar un método de homicidio que tiene como objeto a una evidente maestra en común. Todas ensayan el mismo papel. Todas prueban cómo les sienta la ropa de la señorita y sus gestos y sus mandatos. Cortan. Se corrigen. Vuelven a empezar, repiten. Modifican. Ensayan caminos diferentes probando la eficacia. Una eficacia inútil: el asesinato no tendrá lugar.
Las chicas se divierten. Las utopías y los sueños están mezclados con saquitos de té disecados, colgados en un tender. Los gestos y las frases funcionan al unísono, como en esas raras cofradías de los femeninos trece años.
Y cuando una puesta se termina, empieza otra. De potenciales asesinas de maestra, a bandita  pop, así, fluidamente, como el universo extendido e infinito de la imaginación.

Publicado en: Críticas

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