Hay un cotidiano que nos ciega, que nos bombardea hasta bloquear la mente. Nos encontramos abrumados de tantas palabras vacías, que llenamos de significados que quedan en la espuma de la insignificancia. Así aparece esa actitud corporal que nos clasifica y nos endurece, buscamos protegernos en corazas, para contrarrestar el vértigo que nos produce lo diferente. Nuestra libertad queda cuartada por aquella burbuja que elegimos habitar para aislarnos del otro, del entorno, del mundo.
Desde ahí partimos, necesitamos enunciarlo para hacerlo visible, para saber que es posible transformarlo, siendo parte del todo que nos ahoga y nos contiene.
Atravesados por este contexto; sentimos, creamos, sangramos y amamos, fluctuando entre lo individual y lo colectivo. Somos permeables al mal de esta época, que también puede ser cualquier época.
Pero estamos deseosos de arrojar al agua la primera piedra, aquella que genere la onda expansiva que permita romper nuestras burbujas individuales, desarmar corazas acartonadas, para crear universos más enriquecedores. Confiamos en que cuerpos libres pueden comunicar algo puro, desprejuiciado y sin temor, produciendo el movimiento liberador.